viernes, 23 de diciembre de 2011

ATTACK THE BLOCK


Esta película tiene su gracia por anacrónica. Es decir, si se hubiera estrenado en los 80, cuando John Carpenter, Joe Dante o James Cameron hacían sus películas de terror o ciencia ficción de bajo presupuesto, esta sería una más. Pero ahora, cuando el espectáculo prima sobre la intención, los millones sobre la imaginación y los efectos visuales sobre los personajes, ATTACK THE BLOCK supone un soplo de aire fresco para los nostálgicos que disfrutamos en su día de esas cintas protagonizadas por bichos de peluche o látex que van por ahí dando dentelladas a diestro y siniestro.

Al tratarse de un film británico, el tono marginal, fumeta y gamberro tiene mayor peso, y el aliciente de que los "héroes" son en realidad pandilleros violentos y poco aficionados a respetar la ley. Como los Goonies pero con navaja y porros.

Por lo demás, una película entretenida, con algún golpe gracioso, sangre falsa, violencia contenida y ninguna pretensión más allá de homenajear el subgénero.

Pchá.

CALIFICACIÓN 5/10

jueves, 22 de diciembre de 2011

THE ARTIST






Les cuento. Ayer bajé al centro y se chocó conmigo un idiota que iba viendo en su teléfono la versión nueva de FURIA DE TITANES. Una basura de película, de acuerdo, pero aparte de eso... ¿¿¿cómo se puede ver cualquier película en una pantallita tan pequeña mientras andas por la Gran Vía??? En vez de conmigo se tenía que haber empotrado con un puesto de castañas. ¡Por imbécil!

Recuerdo que hace poco la cosa estaba en ver quién se compraba el televisor más grande. ¿Se acuerdan? "¡Yo tengo uno que es como la pantalla del cine!" Y al que dijo eso le creo, porque ahora los pocos multicines que van quedando tienen una pantalla a la que sólo le falta el mando a distancia y el gato. Pero vamos a lo que vamos. Antes, la tecnología doméstica quería equipararse al cine. Ahora, cuanto más pequeño todo, mejor. Igual que los libros de bolsillo, tenemos los cines de bolsillo: el teléfono, o el ifón, o como se llame eso. Miles de películas en un aparatito, en un disco, en un microchip, injertadas en el cerebro, tatuadas en el pito... Da igual mientras el soporte sea pequeño.

Sobre este avance que, por otro lado, supone un retroceso, no tengo más que decir. Yo soy muy mayor y el día que los cines desaparezcan buscaré al maestro tibetano con quien hice el pacto de inmortalidad (¿nunca les he contado eso?) y desharé lo acordado. Pero este episodio del imbécil del ifón me ha recordado a una película que ahora triunfa en todo el mundo: THE ARTIST.

Como dicen por ahí, es francesa, muda y en blanco y negro. Y, añado yo, una auténtica delicia recomendada especialmente para aquellos que aman el cine en su concepto original. Es decir, como el arte de contar historias a través de las imágenes.

Yo, que soy reacio a la publicidad excesiva y que cuando veo demasiados carteles de una película en las marquesinas del metro arrugo la nariz, fui a verla con recelo. Imaginé que podría tratarse de un simple reclamo para volver a atraer a la gente al cine, un revestimento glamuroso con poco contenido, igual que vienen haciendo con el 3D (invento que, por otro lado, tiene casi más años que yo).

Pero no. THE ARTIST es una evocación fidedigna y nostálgica de una época del cine que nunca volverá (aunque, paradójicamente, vuelve con esta película). Es refinada, talentosa, inteligente, estilosa y muchos adjetivos más que no dicen absolutamente nada. Tampoco parecen decir nada los personajes que aparecen en pantalla, pero sí que lo hacen: nos dicen que hacen falta muy pocas palabras para contar una historia que interese, que emocione y que haga reír. Cómo un encuadre, un gesto, una mirada o, vale, un sencillo rótulo, es capaz de transmitirnos tanto y conseguir que no nos perdamos. Es la magia del cine desde sus orígenes.

El cinéfilo de pro (no como el imbécil del ifón) detectará en ella numerosos homenajes a aquellos maravillosos años. La sombra de Douglas Fairbanks, de Mary Pickford, del perrito Asta e incluso de Orson Welles o Louis B. Mayer planea sobre cada uno de los fotogramas, todo ello acompañado por una deliciosa partitura digna del mismísimo Carl Davis o sus ilustres predecesores. Es precisamente un detalle de la banda sonora lo que me saca de la película, y es la utilización del tema de amor de VÉRTIGO en una de las escenas culminantes. No digo que no sea apropiado, pero la identificación de esa pieza musical con una historia en concreto es demasiado sólida, así que en ese momento no pude evitar que se me apareciera Kim Novak vestida de verde. Y, claro, figúrense mi shock.

Destacable es también el valor documental de la película. Junto con CANTANTO BAJO LA LLUVIA, esta es una cinta que debería proyectarse en todas las clases de Historia del Cine, pues explica a la perfección los métodos de rodaje, el sistema de estudios, el actor´s system, el tránsito del mudo al sonoro, la crisis a la que esto llevó a ciertas estrellas, a ciertos creadores...

Ahora que el cine en el cine sufre una mala racha (que se lo digan al imbécil del ifón) esta película es imprescindible, pues nos enseña que la historia se repite, que el talento se renueva, que el arte se abre paso, aunque en ocasiones dependa de una industra que no está a la altura.

THE ARTIST es cine. Así que, si les gusta el cine, no pueden dejar de ver THE ARTIST.

CALIFICACIÓN: 8/10

domingo, 4 de diciembre de 2011

UN DIOS SALVAJE... DE NOMBRE ROMAN




Sobra decir que toda la corrosiva acidez del texto de Yasmina Reza está presente en esta adaptación de la obra teatral del mismo título. La forma en que valores sociales tan occidentales como la diplomacia, la buena educación o la hipocresía (enmascarada en amabilidad) se hacen pedazos ante nuestros ojos a lo largo de los 80 minutos que dura esta vertiginosa comedia, permanece fiel a sus orígenes teatrales. Ahí está, intacta, la acción de ese dios salvaje que convierte el amor en odio, el elogio en insulto, que hace y deshace insospechadas alianzas entre parejas, entre hombres y mujeres, entre hombres y hombres, entre mujeres y mujeres, entre individuos y... ellos mismos. El hijo de uno de los dos matrimonios atiza con un palo al hijo del otro y le salta dos dientes. Un acto de violencia irracional y censurable. Tan irracional y censurable como el comportamiento del cuarteto protagonista en ese salón neoyorquino (europeo en realidad, pues Polanski no se lleva bien con los agentes de inmigración de Estados Unidos) que sirve de marco a toda la acción.

Dejando a un lado el sabroso punto de partida, la película brilla por el admirable recital interpretativo de sus cuatro protagonistas y por el perfecto dominio del tiempo y el espacio de Polanski. Toda la acción tiene lugar en tiempo real y en un espacio único, lo que obliga al realizador a controlar milimétricamente la geografía y el reloj. Los espejos que aparecen en muchos de los planos sirven para ubicar a la perfección a aquellos personajes que en ese momento no aparecen en plano. Y vaya si lo hacen. Como criticón que soy, intenté pillar al buen Roman algún error de continuidad, algún fallo en la posición de los actores, un pequeño salto de rácord, lo que fuera. Fue inútil. Ese polaco cabrón, a sus ochenta y dos años, sigue siendo un genio. La luz que entra por la falsa ventana va derivando gradualmente al atardecer, sin artificios, de manera milagrosa y natural.

Me he reído las tripas con UN DIOS SALVAJE, pero también me he asustado al comprender que cualquier intento civilizado de relacionarse con otro ser humano es, cuando menos, algo efímero y momentáneo.

Disfrútenla en versión original, no sean cenutrios.

CALIFICACIÓN: 8/10