viernes, 4 de mayo de 2012

LOS VENGADORES

Yo no soy muy de cómics. Me sacan de Hazañas bélicas, El Capitán Trueno y alguna tira suelta de Snoopy y me considero un analfabeto en el muy noble noveno arte. Sin embargo, me gustan las películas de superhéroes.

Toma, ¿y a quién no? Es un placer terapéutico sin parangón identificarse con esos personajes ratitos y disfuncionales plagados de traumas que en la vida civil son unos pelanas (aunque algunos estén forrados de pasta), pero que cuando toca desplegar habilidades son los putos amos del universo. A mí me pasa. Durante la mayor parte del tiempo soy un señor mayor, cascarrabias y algo chuchurrío. Pero cuando me pongo a escribir de cine no hay quien me gane. Pues igual.

Lo bonito de las películas de superhéroes es ver cómo esos perdedores se convierten en seres especiales; en dioses clásicos con un destino que cumplir, la mayoría de las veces contrario a sus intereses. Que se jodan. Son superhéroes y es lo que hay. Las secuelas, por lo general, suelen ser menos atractivas porque el superhéroe muestra menos debilidades y ha roto casi por completo con su mundo ordinario. Por eso el Superman de Richard Donner mola, pero Superman II, III y no digamos IV, molan menos. El primer Batman de Nolan mola, y el segundo... pues mola más. Pero esa es la excepción.

Estos Vengadores que hoy comentamos son una especie de clímax al experimento que Marvel inició hace unos años con el primer Iron Man (película que mola por los motivos antes descritos y porque Robert Downey Jr. aporta al personaje un toque cínico y gamberro que hace adorable el conjunto). El Hulk, el Thor y el Capitán América fueron aperitivos para la gran zapatiesta que se acaba de estrenar, y que queda a años luz de aquéllas en calidad, interés y entretenimiento. Aunque también cuenta con un importante defecto: todos los superhéroes que aparecen en ella, ya lo son desde hace tiempo. Por tanto esa metamorfosis tan interesante no está presente, y  la primera parte de la película no es más que un laaaaaaargo tramo en el que el director y guionista se dedica a arrejuntar a todo este bicherío de dispar procedencia. Esto puede ser un problema para aquellos neófitos entre los que me cuento y que corren el riesgo de no enterarse ni del NODO. Y la verdad es que yo no me habría enterado de nada de no ser por la inestimable colaboración de dos niños sudamericanos sentados a mi vera y que explicaban la película a grito pelado. Al margen de esta desinteresada aportación externa, todo era estático y confuso para mi inculta mollera.

Y vamos entonces al segundo problema de la película. Como se supone que hay que explicar quién es cada uno y qué relación hay entre ellos, el segundo acto de la historia es un laaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaargo tramo en el que no pasa absolutamente nada. Sólo vemos que un hermano bastardo de Thor con cara de adolescente endrogado quiere conquistar el mundo mientras Iron Man cabrea al doctor Banner (cuyo careto es asombrosamente parecido al del ex presentador de Telecinco Agustín Bravo), la Viuda Negra toca las narices al hermano de Thor, el Capitán América hace lo que puede para lucir esquijama sin parecer un atavismo y Thor se pasea por el campo dando martillazos cósmicos al modo shakesperiano. Es el viejo truco de los platillos chinos que todo guionista chapucero conoce y utiliza. Tenemos varios platillos y un tiempo para tenerlos en movimiento. Da igual en qué dirección giren: lo importante es tenerlos girando hasta el final del espectáculo. Si vemos que uno empieza a pararse, le damos un nuevo meneo. Y así con todos.



El que haya llegado hasta aquí pensará que la película me ha parecido un truño de no te menees, y hasta cierto punto no le faltará razón. Confieso que miré el reloj más de una vez y me pregunté qué demonios hacía yo allí.

Pero Robert McKee, autor de "El libro del guión", dice que una película vale lo que vale su tercer acto. Dicho de otra forma: uno puede amuermarse en la butaca durante hora y media, que si el último tercio de la película se anima, uno saldrá del cine pensando que ha visto un peliculón. Y, señoras y señores, otra cosa no, pero los cuarenta y cinco minutos finales de LOS VENGADORES son lo más salvaje, vistoso, atronador y divertido que estos ojitos hipermetrópicos que se han de comer las lombrices han visto últimamente en una pantalla grande. Hasta tal punto esto es así, que me reconcilió con todo el coñazo previo, animándome incluso a esperar gustoso la secuela.



Por lo demás, creo que el abuso de contrapicados es alarmante; el uso del ordenador, el habitual en estos casos (ya me he acostumbrado, así que no despotricaré); lo mismo cabe decir del montaje de las escenas de acción (no se ve nada, pero se intuye); Alan Silvestri cumple con sus fanfarrias heroicas y poderosas; hay un plano espléndido deudor de La Comunidad del Anillo que nos muestra a los seis protagonistas aterrizando en el follón que se monta en Manhattan, y la película es la excusa perfecta para arrellanarse en la butaca a zampar palomitas como un bendito de Dios.

 ¿Y Samuel L. Jackson? Bien, gracias.

CALIFICACIÓN: 6/10





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