domingo, 16 de diciembre de 2012

EN LA CASA

Aunque Jean Reno haya declarado recientemente que están matando al cine francés, lo cierto es que este año nuestros vecinos del norte no pueden quejarse de cantidad, calidad y variedad. Vale, quizás no tanta variedad, ya que la mayor parte de lo que llega hasta nosotros son comedias. Sin ser especialmente sensible al humor galo, reconozco que cuando he visto que estrenaban una película francesa me he acercado al cine esperanzado y, por lo general, he salido sin ganas de cometer ningún incidente diplomático, cosa que en mí no es demasiado normal.

Así, que recuerde, he pasado buenos ratos con INTOCABLE, LA DELICADEZA, LA FELICIDAD NUNCA VIENE SOLA, EL NOMBRE... películas cuya calidad oscila entre el "se puede ver" y el "es una buena película" pasando por el inevitable "tiene sus momentos".

Y de pronto llega la última de François Ozon, un tipo que me provoca tanta intriga como sospecha (su filmografía es regular en el peor sentido de la palabra). Pero el hecho de que venga precedida por importantes premios en Toronto y San Sebastián y que varios de mis amigos más respetados me la recomienden, hace que aumente mi interés.


Y voy. Y la veo. Y me absorbe. Y me fascina desde el primer momento. Y aunque la historia de fondo sea tan original como VERANO DEL 42 o EL GRADUADO, el juego de realidades y ficciones que plantea me hace olvidarme de lo que estoy viendo para sumergirme en lo que me están contando y participar en ese engranaje fabuloso que no es sino la sustancia mágica de la que están hechas las historias. De pronto vuelvo a ser ese adolescente enamorado de una mujer madura (hay que ver lo buena que sigue estando Emmanuelle Seigner) y a buscar mi sitio en el mundo, a matar mis pecados y a retratar mis anhelos a través del único medio a mi alcance: la escritura. Haciendo cómplice de mis fechorías (reales o no, eso no importa) a un peculiar profesor de literatura que, como yo, mantiene una lucha entre el deseo y el deber que acaba llevándolo a una situación que jamás hubiera imaginado. Y ustedes, como espectadores, tampoco.

En fin, un mágico juego de espejos. Una estimulante trampa de cajas chinas. Una película fascinante cuya temática y estructura podría haber firmado Woody Allen al principio de su carrera, cuando no se repetía tanto.

Una gozada.

CALIFICACIÓN: 9/10






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